¿Qué si merece la pena? – ESC en un asilo en Suiza

¿Qué si merece la pena? – ESC en un asilo en Suiza

Por Javier Santamaría Santisteban

Vayamos al inicio, o un poco antes quizás. Llevaba un tiempo haciéndome demasiadas preguntas, de esas incómodas que, o no tienen respuesta, o son tan dolorosas que las escondes bajo la alfombra.

El tiempo pasaba y yo me sentía cada vez más vacío y con más preguntas. “¿Esto es todo?, ¿Qué vida quiero vivir?, ¿Para esto estoy aquí?” Mientras veía que el mundo se derrumbaba y yo gastaba el tiempo en atascos, humos de ciudad y campañas publicitarias que engordaban los bolsillos de unos pocos. Así que al fin decidí dejarlo todo y hacer la maleta para venirme aquí, a Suiza, a trabajar como voluntario en un centro de solicitantes de asilo. Realmente no entraba en mis planes, de hecho, nunca había trabajado como educador social, ni nada parecido, pero tenía la certeza de que el error estaba en lo que había hecho en el pasado, no en lo que iba a hacer en el futuro.

Al principio no fue sencillo, me sentí novato en mi trabajo, yo, que estaba acostumbrado a conocer y controlar lo que estaba a mi alrededor. Me descubrí inexperto en muchísimas cosas, la mayoría básicas como pueden ser el comportamiento humano o la gestión de mis propias emociones. Al verme en un ambiente distinto, con diferentes personas y culturas, he podido conocerme a otro nivel y descubrir cosas de mí mismo que desconocía. Durante este año de voluntariado he podido trabajar una parte del tiempo en un centro de menores no acompañados y la otra en un programa de ocupación laboral con adultos. Me he encargado de un equipo de 10-15 personas solicitantes de asilo, con los cuales hemos descubiertos distintos oficios, desde la jardinería, pasando por trabajos con madera o construcción. Yo, más que mostrar estos oficios, aprendía junto a ellos.

He convivido con personas de muchos países; Somalia, Eritrea, Nigeria, Argelia, Afganistán, Irán, Georgia… He visto, a través de sus ojos, el daño que hace la guerra, la miseria y el hambre, y las secuelas que dejan para siempre. Pero también he reído junto a ellos hasta dolerme el alma, y nos hemos abrazado, odiado y querido de una forma sencilla, casi mágica. En mis ratos libres me he dedicado a descubrir la inmensa naturaleza de Suiza, y madre mía, que espectáculo de Alpes.

Si tuviese que definirlo de alguna manera, este año ha sido un constante aprendizaje. Cada día, a cada momento. Siempre he estado aprendiendo. Cosas buenas, otras no tanto, pero siempre, siempre, siempre aprendiendo. He aprendido de la empatía, de la generosidad, del hambre y del frío, de lo que significa un abrazo a tiempo. He aprendido a escuchar, a mirar a los ojos, a comprender sin hablar y la importancia de simplemente estar ahí. También he aprendido a estar tranquilo, a no hacer nada, disfrutando de mí mismo y de las inmensas montañas que me rodean. He aprendido que a veces no todo sale como debería, y que no pasa nada, que así es como es. Me confirmo en que está todo patas arriba, que no nos merecemos el planeta en el que vivimos y que, como especie, hacemos más mal que bien.

Y sólo por eso, y más después de esta experiencia, sé que nunca más podré tener un trabajo normal que signifique simplemente enriquecer a algo, o a alguien. ¿Qué si merece la pena? Joder que si lo merece.